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Como una forma de salvar al mundo, cavar una zanja junto a un montículo de excremento de oveja podría parecer un modesto comienzo. De acuerdo, la zanja no era precisamente una zanja. La intención era que fuera un “canal de drenaje”, un terraplén para reducir la velocidad del flujo del agua al bajar una ladera en una granja sin fines de lucro en el oeste de Wisconsin.

Y los zanjeros, lejos de ser jornaleros, habían pagado 1.300 a 1.500 dólares por el privilegio de poner a trabajar sus palas sobre cemento esquiado un martes por la mañana, a finales de junio.

Nos habíamos reunido 14 de nosotros para aprender permacultura, un sistema simple para diseñar asentamientos humanos sustentables, restaurar suelos, sembrar paisajes alimentarios para todo el año, conservar el agua, redirigir el flujo de residuos, formar comunidades más sociables y, si todo sale de acuerdo al plan, convertir la crisis de recursos que se avecina en la Tierra en una nueva era de felicidad.

Tendría que ser una zanja bastante impresionante.

El curso Permaculture Design Certificate, impartido por Wayne Weiseman, de 58 años, el director del Proyecto Permacultura en Carbondale, Illinois.
Los fundadores del movimiento, Bill Mollison y David Holmgren, acuñaron el término permacultura a mediados de los 1970, como una voz compuesta para agricultura y cultura permanente.

En la práctica, la permacultura es un movimiento influyente, en crecimiento, que va muchísimo más allá de la agricultura sustentable y la horticultura urbana. Se puede ver a permaculturistas colocando bandejas con lombrices y cajas para abejas, estanques hidropónicos y gallineros, escusados para composta y barriles para lluvia, paneles solares y casas de adobe.

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